tener que decidir
si comer
o no comer
este fantástico
helado
de chocolate
granizado
con pedacitos de óreo
y dulce de leche.
Es trágico tener que decidir dejarlo.
Pero finalmente, no... me quedé con el pote de crema helada.
Bellísimo momento. Tengo helado en mi naríz y mis dedos cubiertos del viscoso líquido marrón dulcísimo.
(Este relato es ficcional desde que tuve que decidir en adelante. El caso real es que tenía cuatro sabores y los comí prolijamente con cucharita y sin ensuciar, a los cuatro. Pero el condimento dramático me pareció pertinente.)
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