jueves, 16 de octubre de 2008

Namaste, Universo

En el segundo en que nací, todo fue hermoso.
Las Pléyades fueron mi cuna y la Vía Láctea me llevó por rincones exquisítos de presencia.
Una a una se fueron acoplando a mis espaldas lás cálidas estelas de cielo, y la Vida, infinita, se convertía en algo certero.
Sentía el batir de millones de alas y los gritos de eternos habitantes del tiempo me daban la bienvenida.
De ese punto de luz nací, y hacia allí me moví, toda mi existencia, como una fragata sin velas ni tripulación. Fui llevada lentamente por los ríos de la vida hasta que un día devine persona.
Llegué a tierra a las costas de la civilización. Mi madre terrestre era bella y me amaba. Mis padres en la ciudad eran amables y me llevaron consigo a donde fueran. Hasta que tuve edad razonable y emprendí mi propios senderos. Allí fue cuando conocí cosas y personas. Allí fue cuando conocí a aquél hombre y pude yo ser madre. Namaste, ser que ayudé a engendrar. Tu presencia bendice la raza humana y al Universo en general.
Transcurrí algunos años más de nómade en tierra y mis cuerpos terrestres fueron decayendo, al tiempo que mi ser superior crecía y se desarrollaba. Los alimentos de la tierra ya no me satisfacían, y yo, deviniendo, decidí volver. Morirme es volver. Volver al retorno. Al Cosmos, al Ser.
Devine, fui y sentí, nací y morí. Fui, fui poesía. Estoy. Namaste de nuevo, Universo.

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