miércoles, 19 de agosto de 2009

Añoranza. D.

Me sangran las comisuras de los labios.

Es una gran planicie de mármol blanco, y en el centro, como yo, un árbol, raquítico y casi muerto, gris, pura rama.
Casi muerto. Una gota de vida queda en él, pero está casi muerto. Casi muerto.Los siglos se empeñan en pasar a través de él, de sus ramas, y él lo tolera ahí, raquítico y casi muerto.
Aunque no estoicamente. Cada ventada es una hoja muerta que se lleva. Sabe que quedará ahí parado, muerto y seco. Sin vida. Sin nada que lo rodee. Muerto. Muerto.

Muerto
muerto
muerto
muerto.

Y seco.Nadie ha venido nunca a regarlo en esa planicie de cal que parece mármol blanco. La salitre se lo ha devorado. Es un cadáver en vida. Aún le queda una gota pero sabe que va a morir. Porque está solo, y ve pasar sobre sí, muy alto, hermosas mariposas de colores, radiantes. Pero aquí abajo todo es la muerte blanca, la muerte que quema, la muerte que se siente.
La muerte que se siente,
en vida.

Ellas no lo saben, porque están arriba, volando, despreocupadas.Incluso su muerte es hermosa.

Pero la muerte para mí es sanguinaria, si sangre tuviera.
Seca, ardiente. Quemado en cal viva, pero sin poder beber una gota de agua.

Siento sangre en las comisuras de los labios.

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