Hay una hormiga en mis dedos.
Intenta correr pero no llega más allá de mi muñeca y se vuelve, tal vez turbada por la presencia de aquella otra textura que ella no cree conocer. Cuando pasa de vuelta por mi dedo gordo, a la espera del regreso, se sienta a esperar que pase algo. Yo me relajo y espero también. No espero que me pique, no espero que pase nada más. Ella tiene miedo y yo estoy aburrida.
La devuelvo al pasto.
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