domingo, 12 de octubre de 2008

A CONTINUACIÓN.... (4)

ESTE TEXTO VA EN MEMORIA DE AQUELLAS PERSONAS A LAS QUE MATO EN VIDA,
es decir, personas de las que me olvido, y de golpe, despierta en mí sentimiento de culpa.
O a personas que herimos y después nos arrepentimos.
O a aquellas que sí han muerto pero que su recuerdo sigue muy presente. Mi abuelo, el Tata.
O, finalmente, hacia actitudes que nos matan en vida.
Quiero también aclarar que a muchos textos los escribo con un formato que estos blogs no me permiten. En mi espacio (buscar el link por ahí) está escrito del modo correcto. Cuando lo edite estará de la manera en que el texto fue concebido.
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La muerte siempre me produjo náuseas.
De sentir que el mundo no es más algo estable,
sólido.
De saber que nada es ni volverá a ser lo mismo. Jamás
Y ese jamás me parte el alma.

Me hundo, de despedazo, me quemo.
Soy cosas podridas, que flotan pero se hunden en un pantano gris y nauseabundo.
Dolor, gemidos y muerte.
Gritos lejanos, guerreros alcanzados por flechas invisibles mueren de a poquito.

Jamás volverás a pasar tu mano por mis cabellos ni a hablarme tan dulcemente a la mañana.
Jamás te llamaré cuando tenga dudas ni me soltaré de tu mano para entrar al río.

El río. Turbulento y oscuro, me arrastra, me arrastra, me lleva.
Sabía que no debía entrar. Me lleva. Grito pero la sangre del golpe reciente me ciega la mirada y me ahoga la voz. Grito, grito. Grito pero es un grito mudo.
Lloro pero es inútil. Ya te fuiste. Ya no estás.

Ya no más. Me ahogo.

Me inundo, me lleno. Auxilio. Mis ojos están pudriéndose en mis cuencas. Ya no resisto la presión.
Como un agujero negro de angustia infinita me asfixio. Me quemo.
El incendio es invisible pero es tan potente.
La sangre me quema. Mi misma sangre, porque no soporta el dolor de haberte perdido, brota, mana con abundancia por mis articulaciones chirriantes. No soportan el dolor de haberte perdido.
Sangro y vomito. Inmensamente infeliz. Mil veces absurdo.
Absurdo porque estoy viva pero muero y seguiré muriendo, infinitesimalmente.
Hasta que la Muerte misma ya sea Una misma, ya sea yo.
Hasta que la Muerte y yo seamos una.

Seguir viva y no poder tenerte a mi lado, eso es terror. Eso es miseria.
El hambre se calma, el miedo se sobrepone.
Pero la soledad de la muerte ya no tiene remedio.
Clama y gime y llora y grita pero jamás obtendrá respuesta.
Es más cruel aún cuando sabemos que de después de la muerte nada sabemos.
No sabemos nada que nos haga un poco más feliz.
No podremos tenerte más y eso es lo que causa angustia, y llanto, y dolor.

Y la náusea y el vómito eterno, de la propia alma.
Cada segundo que pasa es infinitesimalmente asesino.
Infinitamente único pero eterno.
Y los segundos que corren marcan el derrotero de la muerte,
un segundo más para estar más cerca,
O para alejarnos, de ese ser amado.

Porque jamás sabremos si volveremos a él o a ella. Porque está muerto y muerta.
Y porque nosotros, estando vivos, nos acercamos cada vez más a ese punto límite, que,
sin embargo, jamás alcanzaremos, porque la meta no existe, así como la vida no existe.
Porque la vida es una absurdo, porque está, la vivimos y disfrutamos,
pero no conocemos aquel límite.

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