jueves, 16 de octubre de 2008

Libérate o engendra la muerte


Tú, Hombre de Niebla, ven.
Ven y acércate a mi sombra, y sé felíz, aquí, conmigo.
Tus contornos imprecisos contrastan con el resplandor del sol
y mi cuerpo radiante.
Somos dos constelaciones hermanas, somos dos hermanos de frecuencia.
La lucha por el perdón divino no es suficiente.
Somos pecadores, hermano.
Somos dos malditos pecadores. Porque tú eres Niebla y yo soy Rayo.
Somos hijos de la Tormenta, y hemos pecado.
Pero pecar no debiera ser pecado. No deberíamos sentir terror de pecar, Hombre de Niebla.
El pecado es exquisito, es femenino y poderoso. Es una fuerza fortísima e incontenible.
Es el pecado de amar, Hombre de Niebla. El pecado de ser malditos pecadores.
Hombre de Niebla, eres exquisito. Eres el pecado mismo.
Mi cuerpo sulfuroso te implora. Te necesita. Te admira.
Admira la desnudez de tu alma fuerte y pura.
La muerte es la única salida al pecado. Es la única, y la más vertiginosa de las posibilidades.
Debo resguardarte del pecado, hombre mío, Hombre de Niebla.
El tiempo es nuestro peor enemigo. Y la verguenza. Y el terror.
El bien y el mal son insuficientes para explicar la locura.
El amor engendra locura. Y dos seres inmateriales como nosotros no somos más que dos infelices conceptos engendrados de la locura.

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