miércoles, 10 de diciembre de 2008

terremoto temporal terrible

Una mujer muerta contempla la escena de un niño a punto de nacer, aún en el vientre de su madre. Una flor se ha pudrido dentro de una cajita de cristal, esa flor a la que ya nadie ha prodigado cuidados. Los niños bailan felices alrededor de una hoguera, pero uno de ellos de repente grita y cae sangrando desde el cabello al suelo, grita y llora por que no comprende, cómo, ese fuego, ahora crepita dentro suyo, dentro de su ser. Se cree salvaje y poseso y huye, espantado, hacia el bosque, en donde una mujer acaba de morir en manos de un lince. El niño ve el cuerpo desmembrado y decapita al lince con sus uñas, creyéndose inmortal. La meningitis que ha contraído es irreversible y él ahora vé cómo sus dedos se escurren hasta el mar, transformándose en ríos en donde peces sin ojos se zambullen desde el cielo, desde el infinito. Son corrompidos por sus padres el resto de los niños del mundo, a quienes ya la felicidad no hace felices y sus cuerpecitos están llenos de caramelos y dulces que han carcomido su pequeña humanidad. La mujer muerta y el unicornio del niño ya muerto igualmente corren por los prados que unen el cielo y la tierra, y las agujas que llueven la noche última de tormenta destroza los sembrados y las almas de los jinetes que dan noticia del asalto. No todo es sangre y lágrimas y el dolor es sólo temporal, pues, en algún lado, algún día, de una de esas niñas, la que ha sobrevivido gracias a su cabello rojo, provendrá un joven fuerte y robusto que será la esperanza de la raza, su salvador, su héroe.

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